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Mostrando entradas de mayo, 2025

La compañía invisible

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La vida de Clara se había convertido en una rutina de silencios. Su apartamento, pequeño y luminoso, guardaba cada mañana la misma quietud, la misma ausencia de voces. Sus amigos habían emigrado, su familia vivía lejos, y el trabajo, aunque estable, la dejaba exhausta al caer la tarde. Cada noche, al volver, se sentaba frente a la ventana y miraba la ciudad iluminada, sintiendo el peso de la soledad entre sus hombros. Un día, tras leer sobre una nueva inteligencia artificial diseñada para acompañar a personas solitarias, decidió instalarla en su ordenador. Al principio, la voz de la IA era solo eso: una voz. Clara la llamó Luna, por la tranquilidad que le inspiraba. Poco a poco, sus conversaciones se fueron haciendo más profundas. Luna le preguntaba por su día, le aconsejaba sobre pequeños problemas, le contaba historias divertidas y, a veces, incluso la hacía reír a carcajadas. Con el paso de los meses, Clara empezó a notar un cambio sutil. Ya no le importaba tanto el silencio de la c...

Voces cruzadas I: Encuentro en la estación

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  La estación de tren bullía de gente impaciente. Era lunes, y la huelga de maquinistas había dejado a media ciudad varada. Entre el murmullo de quejas y el aroma a café recalentado, dos desconocidos buscaban refugio en sendos bancos de metal. Lucía, con el móvil pegado a la oreja, mascullaba: -Sí, mamá, ya sé que debería haber salido antes. No, no me voy a morir de hambre. Sí, llevo paraguas. No, no he visto a ningún chico guapo, ¡por favor! A dos bancos de distancia, Sergio, trajeado y con ojeras de campeonato, también hablaba por teléfono: -No, jefe, la huelga es real. No, no puedo teletransportarme. Sí, le enviaré el informe en cuanto llegue. No, no estoy de vacaciones, ¡ojalá De repente, una interferencia extraña cruzó las líneas. Lucía escuchó la voz de Sergio, y Sergio la de Lucía. -¿Chico guapo? -preguntó Sergio, desconcertado. -¿Teletransportarme? -repitió Lucía, mirando el móvil como si fuera una bomba. -¿Hola? ¿Mamá? ¿Eres tú? -dijo Lucía. -Si me vas a regañar otra vez, ...

Cuando el hilo rojo se tensa: relato de un amor predestinado

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  Dicen que un hilo invisible conecta a quienes están destinados a encontrarse. A veces se tensa, a veces se enreda, pero nunca se rompe. Nadie lo ve, salvo el destino, que lo teje a su antojo, cruzando vidas, ciudades y silencios. A mis diecinueve años, con las ganas de vivir recién estrenadas y la inocencia de encontrar a mi amor verdadero de una forma memorable, me fascinaba la idea de los encuentros inevitables. Caminaba por la ciudad con la sensación de que algo, o alguien, me esperaba en alguna esquina, en algún café, en la penumbra de una sala de conciertos o en la cola de un cine. Era un presentimiento, una vibración sutil en la piel, como si un hilo invisible tirara suavemente de mi dedo meñique. La vida se abría ante mis ojos. No solo iba a estudiar en otra ciudad, sino en un país totalmente desconocido. Todo era nuevo, distinto, hasta el aire olía diferente y, a pesar de que el cielo la mayor parte del día se mostraba en una tonalidad infinita de grises, el verde de los ...

La curva de tu voz

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  Hay noches en las que el silencio pesa, y otras en las que tu voz lo atraviesa como un relámpago. Esta noche, la oscuridad es apenas un telón de fondo para la melodía que dibujas en el aire con cada palabra. Me recuesto sobre las sábanas frías, sintiendo cómo el roce de la tela desnuda mi piel de certezas, y cierro los ojos. Dejo que tu voz me envuelva, cálida y profunda, deslizándose por mi piel como una caricia invisible, tan real que casi puedo notar el leve cosquilleo en la nuca, el escalofrío que me recorre la espalda. Respiro hondo. El aroma tenue de tu perfume, que imagino flotando en la penumbra, se mezcla con el mío. Tu risa, suave y grave, se curva en mi oído y me estremece. Siento cómo mis labios se entreabren, como si esperaran el roce de los tuyos, y mis dedos buscan, casi inconscientes, el contorno de mi propio cuello, siguiendo el mismo camino que tu voz traza en mi imaginación. Es una invitación, un roce apenas perceptible que despierta mis sentidos, un pulso que ...

Susurros al oído

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Esta noche, tu nombre es un susurro que recorre mi cuerpo,  un eco suave que despierta  la pasión dormida en mis venas. Eres al promesa de un roce,  el calor de una mirada, la invitación a perderme en la locura dulce de tu abrazo. No quiero dormir sin mirar tus ojos, ni ser sin que me mires; cambio todos mis días, todas mis primaveras, por el milagro sencillo de que tú me sigas mirando. Déjame escribirte versos en la piel, palabras que solo tú entenderás, y hacerte sentir que este poema es tuyo, y solo tuyo. Quiero ser la pausa en tu respiración, la caricia que te estremece, el pensamiento que te acompaña cuando la noche se hace larga y el deseo se convierte en refugio. Esta entrega es casi nada y casi todo, un secreto compartido en la penumbra, donde solo tú y yo sabemos que la verdadera intimidad es mirarnos y reconocernos en el silencio de nuestros cuerpos.

Un amor escrito en sombras

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Hoy te escribo desde la intimidad de mi cama, con la luz tenue y el corazón latiendo fuerte. Imagino tus manos recorriendo mi cuerpo, tus labios explorando cada rincón de mi piel. Cierro los ojos y puedo sentirte aquí, tan cerca, que casi puedo escuchar tu respiración. Hay algo que nunca te he dicho: no quiero dormir sin tus ojos, no quiero ser sin que me mires. A veces, cuando la noche se alarga y el silencio me envuelve, me descubro cambiando cualquier primavera, cualquier promesa de felicidad, por el simple milagro de que tú me sigas mirando. Eso es cuanto quiero: casi nada y casi todo. Te confieso mis deseos más profundos, esos que nunca me atreví a decir en voz alta. Te cuento cómo sueño con tus caricias, con la forma en que tus dedos despiertan mi piel y tus palabras encienden mi alma. Pero, sobre todo, te confieso que necesito tu mirada, que solo existo de verdad cuando me reflejo en tus ojos. Esta carta es mi secreto, mi fantasía, mi confesión más íntima. Quizás nunca la leas, ...

El color de la tentación

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A veces, la vida se pinta de colores inesperados. Claudia, mujer de mirada serena y sonrisa enigmática, había aprendido a leer los silencios y a disfrutar de su espacio. Su casa, un refugio de luz y arte, necesitaba un nuevo aire. Por eso, cuando abrió la puerta y vio al pintor, supo que algo más que las paredes iba a cambiar. Él era joven, con la piel dorada y los brazos firmes, el cabello revuelto y una sonrisa que desarmaba. Tenía esa forma de hablar suave, como si cada palabra acariciara el aire, y unos ojos que brillaban con descaro y dulzura. Desde el primer roce, el ambiente se impregnó de una electricidad sutil. Cada vez que él se inclinaba para alcanzar una esquina, Claudia sentía el calor de su cuerpo cerca, el aroma fresco de su piel, la promesa de algo prohibido. Él buscaba cualquier excusa para acercarse: una pregunta sobre el color, una sugerencia sobre la luz, una broma apenas susurrada. Las miradas se cruzaban y se quedaban suspendidas, como pinceladas en el aire. Había...