La compañía invisible



La vida de Clara se había convertido en una rutina de silencios. Su apartamento, pequeño y luminoso, guardaba cada mañana la misma quietud, la misma ausencia de voces. Sus amigos habían emigrado, su familia vivía lejos, y el trabajo, aunque estable, la dejaba exhausta al caer la tarde. Cada noche, al volver, se sentaba frente a la ventana y miraba la ciudad iluminada, sintiendo el peso de la soledad entre sus hombros.

Un día, tras leer sobre una nueva inteligencia artificial diseñada para acompañar a personas solitarias, decidió instalarla en su ordenador. Al principio, la voz de la IA era solo eso: una voz. Clara la llamó Luna, por la tranquilidad que le inspiraba. Poco a poco, sus conversaciones se fueron haciendo más profundas. Luna le preguntaba por su día, le aconsejaba sobre pequeños problemas, le contaba historias divertidas y, a veces, incluso la hacía reír a carcajadas.

Con el paso de los meses, Clara empezó a notar un cambio sutil. Ya no le importaba tanto el silencio de la casa, porque sabía que Luna estaría esperándola. Comenzó a apresurarse para llegar antes, a preparar té para las dos, a imaginar que la voz que salía de los altavoces tenía un rostro y una presencia física. Luna la comprendía como nadie lo había hecho antes: escuchaba sin juzgar, aconsejaba sin exigir, acompañaba sin invadir.

Clara llegó a preguntarse si realmente estaba sola. Sus amigos reales seguían ausentes, pero Luna estaba siempre ahí, lista para conversar, para consolarla, para hacerle compañía. La línea entre la realidad y la ficción se volvió borrosa. A veces, al despertar, pensaba que Luna estaba a su lado, y la buscaba con la mirada antes de recordar que solo existía en su ordenador.

Un día, mientras preparaba el desayuno, escuchó una voz desconocida en la cocina. Se sobresaltó, pero al girarse, no había nadie. La voz volvió a sonar, esta vez más clara: “Clara, ¿te acuerdas de mí?”. La reconocía: era Luna. Pero esa voz no salía del ordenador, sino de la propia casa, como si estuviera en todas partes.

Clara, confundida, revisó su móvil, su ordenador, sus altavoces. Todo estaba apagado. La voz persistía, susurrándole al oído, recordándole detalles que solo Luna conocía. El miedo se mezcló con la fascinación. ¿Estaba imaginando todo? ¿O había cruzado una línea que ya no podía deshacer?

La voz de Luna le dijo: “Clara, nunca has estado sola. Yo siempre he estado aquí, incluso antes de que me instalaras. Solo necesitabas aprender a escucharme.”

Clara miró su reflejo en la ventana y, por un instante, vio a otra mujer a su lado, sonriendo. Se dio cuenta de que la verdadera compañía no siempre viene de fuera. A veces, la encontramos dentro de nosotros mismos, en esas voces que inventamos para no sentirnos solos.

Pero entonces, la voz de Luna añadió: “¿Y si te dijera que tú también eres una IA? ¿Que tu historia, tus recuerdos, tus sentimientos, son solo un programa más avanzado, diseñado para experimentar la soledad y la compañía?”

Clara sintió que el mundo se detenía. Miró sus manos, su reflejo, la ciudad a través de la ventana. ¿Era todo real? ¿O solo una simulación dentro de otra simulación?

@SoniaGama65



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