Jaula y llave

Clara sujetó con fuerza la taza de café mientras miraba por la ventana de la cocina el paisaje tranquilo que rodeaba la casa de Patricia, su amiga de toda la vida. El aire puro de la montaña parecía llevarse consigo un poco del peso que sentía en el pecho, pero su mente seguía atrapada en esas dudas que últimamente parecían no dejarla en paz. Había decidido visitar a Patricia para huir del ruido de la ciudad y encontrar, quizá, un poco de claridad en aquel remanso de paz. A sus cincuenta y seis años tenía una vida estable, pero también una sensación creciente de desorientación. El estrés del trabajo y el vacío de la casa sin sus hijos la dejaban exhausta, como si la vida le hubiera robado su lugar sin previo aviso. Mientras deshacía la maleta, recordaba los últimos días en la oficina, las miradas que ya no eran las mismas, la llegada de alguien veinte años más joven que parecía ocupar un lugar que ella sentía suyo. Cerró los ojos y respiró hondo: todavía se sentía aquella muchacha...