Viaje a la infancia
He leído esta historia en un artículo, y francamente, me ha parecido preciosa. Así que he tenido que plasmara en lo que pienso pudo ser el momento.
Espero que os gute:
—¿Qué haces con esa cara, George? ¿Te has tropezado con un fantasma en la librería?
—Peor. Me he tropezado contigo… cuando tenías diez años.
Elizabeth arqueó una ceja desde la cama del hospital. Llevaba días con la piel pálida y el ánimo dormido, pero la sonrisa de su marido al entrar en la habitación traía otra clase de luz.
—¿Cómo dices? —preguntó ella, intrigada.
George dejó caer sobre sus piernas un libro de tapas deslucidas. Era una edición antigua de Los Cinco y el tesoro de la isla, el mismo que ambos recordaban haber leído en la infancia. Pero lo que caía de sus páginas no era parte de la historia.
—Mira esto —dijo, desplegando con cuidado un horario escolar arrugado, escrito en lápiz. Luego un dibujo de un perro con gafas. Y una nota:
"Recuerda guardar la piedra mágica. No se lo digas a mamá."
Elizabeth soltó una carcajada.
—Parece algo que hubiera escrito yo… ¡Dios, incluso la letra se parece!
Pero al tomar el papel en sus manos, el tono de su voz cambió.
—Es mi letra.
El hospital desapareció por un instante. Estaban en el salón de su infancia, con su hermano Mark revoloteando a su alrededor, y aquella piedra “mágica” que en realidad era solo un trozo de vidrio azul de una botella rota.
—¿Dónde has encontrado esto, George? ¿Dónde?
Él se sentó a su lado, aún atónito.
—En una librería de segunda mano, en Camden. Iba buscando libros de mi infancia, y compré un lote entero de Blyton. Este venía con… contigo dentro.
Elizabeth apretó los labios. Tenía los ojos húmedos, pero no de tristeza.
—Mis padres donaron todos mis libros antes de que nos mudáramos. Fue después de que Mark enfermara. Nunca supe qué fue de ellos. Ni de los libros, ni de los secretos que escribíamos en sus márgenes.
—Bueno, ahora lo sabes —dijo George, acariciándole la mano—. Han estado viajando durante medio siglo para volver a ti.
Él rebuscó en su bolsa y sacó otro ejemplar. Y luego otro. En cada uno, papeles, garabatos, listas de regalos imposibles y pequeños juramentos infantiles. Todos suyos. Todos de Elizabeth y Mark. Como si el universo hubiese guardado esos fragmentos durante años, esperando el momento justo para devolverlos.
—¿Te das cuenta de lo que es esto? —susurró ella, con la voz rota y maravillada—. Es como si el tiempo me hubiera mandado una carta. Una carta de mí misma.
George la miró con los ojos llenos de ternura.
—Yo sólo quería reencontrarme con mi niñez… y terminé encontrando la tuya.
Elizabeth apoyó la cabeza en su hombro.
—Quizás eso sea el amor, ¿no?
—¿Qué?
—Encontrarse en los pliegues olvidados del otro.
—O perderse juntos entre las páginas —sonrió él.
Y en esa habitación de hospital, donde el aire olía a desinfectante y a espera, el pasado se convirtió en regalo. Como si la vida les dijera que aún había mucho por descubrir, incluso en lo ya vivido.
“A veces lo que el tiempo se lleva… sólo está buscando el camino de vuelta".
Comentarios
Publicar un comentario
Cada cometario que recibo es un regalo. Gracias por tomarte el tiempo para contribuir y que este blog cobre vida. ¡Espero verte de nuevo pronto por aquí! S.G - @SoniaGama65