Fábula para una ciudad sorda 🎻

Me apoyo contra el muro frío, rugoso, como si la piedra pudiera absorber la soledad que me habita. Toco el violín, y cada nota es un hilo invisible que intento lanzar hacia el mundo, aunque sé que el viento roba mis melodías antes de que lleguen a nadie. Mi perro, mi único testigo, descansa a mis pies: su lealtad es la única certeza en este exilio de calles y sombras. La música brota de un lugar hondo, donde las palabras se han suicidado y solo queda el temblor. La música parece llenar el aire y, por un momento, la ciudad se detiene. Pero cuando el violín enmudece, el silencio se vuelve más denso, y me pregunto: ¿quién nombra la soledad cuando la música calla? Entonces vuelvo a tocar para llenar el vacío, para que la tarde no me trague entera. Siento que la ciudad me mira de lejos, indiferente, y yo permanezco aquí, entre la herida y el deseo, inventando una fábula de consuelo con cada arco que deslizo. Hoy soy la extranjera de mi propia vida, la que espera algo que no tiene...