Besos desde el desván

Mi desván no huele a madera vieja. Es un sendero oscuro, iluminado apenas por dos bombillas desnudas que proyectan sombras titilantes en las paredes. Al final, un pequeño habitáculo que alberga un sinfín de recuerdos envueltos en polvo y tiempo. Entre ellos, reposa un tesoro que solo yo sé valorar: una caja de cartón que un día trajo la alegría de la Navidad, repleta de turrones, mazapanes y champán, y que ahora custodia el eco de mis amores de juventud. Besos transformados en tinta, caricias capturadas en frases, latidos encapsulados en palabras que cruzaron países y décadas. Cartas con promesas atrapadas en sobres con matasellos lejanos. Cada una contiene una historia, un fragmento de mí que sigue palpitando en su interior. Son vestigios de cariño, eternizados en desvaída caligrafía de aquellos años, testigos silenciosos de pasiones que el tiempo no ha logrado borrar. En sus pliegues viven los suspiros de otros tiempos, los incendios de juventud, la impaciencia del deseo. Sus sobres,...