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Mostrando entradas de febrero, 2025

Besos desde el desván

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Mi desván no huele a madera vieja. Es un sendero oscuro, iluminado apenas por dos bombillas desnudas que proyectan sombras titilantes en las paredes. Al final, un pequeño habitáculo que alberga un sinfín de recuerdos envueltos en polvo y tiempo. Entre ellos, reposa un tesoro que solo yo sé valorar: una caja de cartón que un día trajo la alegría de la Navidad, repleta de turrones, mazapanes y champán, y que ahora custodia el eco de mis amores de juventud. Besos transformados en tinta, caricias capturadas en frases, latidos encapsulados en palabras que cruzaron países y décadas. Cartas con promesas atrapadas en sobres con matasellos lejanos. Cada una contiene una historia, un fragmento de mí que sigue palpitando en su interior. Son vestigios de cariño, eternizados en desvaída caligrafía de aquellos años, testigos silenciosos de pasiones que el tiempo no ha logrado borrar. En sus pliegues viven los suspiros de otros tiempos, los incendios de juventud, la impaciencia del deseo. Sus sobres,...

Hoy busco

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Amigos con risa encendida, besos que sepan a madrugada, caricias hechas de luna, amores sin puertas. Busco poemas sin coraza; que salgan al viento, desarmados, y apuesten su voz en piel de ternura. Busco abrazos que duren inviernos, miradas que enciendan la piel, palabras que sepan a casa, silencios que canten también. Busco la magia escondida en la orilla de cada atardecer, y un alma que dance conmigo sin miedo a volver a creer. @SoniaGama65

¡Finales infinitos y principios eternos!

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Hay finales que son infinitos y principios que fueron eternos. La vida me ha dado una familia maravillosa, un marido que me ama, hijas que son mi orgullo, un trabajo que me ha permitido construir mi propio camino. Y, sin embargo, hay momentos en los que un recuerdo regresa con la fuerza de una ola que nunca se disipó del todo. Hoy ha sido una canción en la radio. No la había escuchado en años, quizá décadas, pero han bastado los primeros acordes para transportarme a aquel verano en que tenía dieciséis años y el amor era absoluto, sin fisuras ni dobleces, solo una certeza ardiente de que sería eterno. Él tenía dos años más que yo. Para mí, ya era un hombre, hermoso, de ojos azules como el cielo y sonrisa irresistible. Esa diferencia de edad lo hacía aún más fascinante, pero no era solo eso. Su forma de hablar, siempre alegre, su manera de escucharme, de entenderme, me envolvían como un hechizo del que no quería escapar. Nos creíamos invencibles. No importaba el mundo, no importaba el ma...