El clan de las gaviotas

 



El primer día cuando llegué encontré en la arena dos corazones encadenados formados por las huellas de sus patitas.  Eran dos corazones perfectos, cuando me agaché para verlos más de cerca advertí que sus huellas en sí también tenían forma de corazón, un corazón partido como el mío.

 

El mar estaba en calma, tranquilo, apenas un leve susurro de las olas al romper en la orilla interrumpía mis pensamientos. Había recorrido más de mil kilómetros para escapar de mis demonios y ahí me encontraba yo, sola, rodeada de arena, mar y aire con multitud de corazones rotos a mis pies que me recordaban mi propia tragedia.


Había recorrido tantos kilómetros queriendo olvidar aquella fatídica tarde, aquel accidente, pensé que el sur con su luz, su claridad cubriría mi dolor y conseguiría volver a ser yo.

Pero ahí estaba frente al enorme océano, sola con mis pensamientos y mis recuerdos echando de menos cada segundo más y más su presencia, sus palabras, sus besos.

Cerré los ojos y casi pude sentirlo a mi lado, percibí el olor de su colonia y sus labios susurrándome al oído «déjame ir, sigue adelante»

 

Pero eso era algo que yo no me había permitido, llevaba así más de año y medio, y si me marché al sur, si hui fue precisamente por no tener que escuchar a nadie más que tenía que rehacer mi vida, que Martín así lo habría querido.

¿Porque me seguía doliendo tanto…?

 

Fue entonces cuando aquella gaviota se puso a mi lado y caminó junto a mí, ni siquiera la sentí llegar, ni siquiera sé de dónde salió.


Era más grande de lo que hubiera imaginado, creo que hasta entonces no había visto a ninguna de su especie al natural, me impresionó ver su pico curvado, pero cuando la miré y vi que tan solo quería caminar por la orilla igual que yo dejé de preocuparme.

 

En silencio caminamos un buen rato hasta que la brisa de la tarde comenzó a enfriarme los huesos y decidí marcharme a casa.

 

-Hasta mañana, si vienes por aquí seguro que nos vemos, dije a la gaviota como si pudiera entenderme. 


Y quizás sí lo hizo porque me miró y emprendió el vuelo hacia el interior mientras yo tome el camino de vuelta a casa.

Cuando llegué a casa curiosa cogí mi iPad y me puse a leer acerca de esa curiosa ave. 
Me sorprendí al leer que son aves sociables que disfrutan de estar en grupo y que se cuidan mutuamente avisándose del peligro y de si hay comida cerca.

Pero lo que mas me llamó la atención es que decía que las gaviotas pueden reconocer a las personas por sus rostros y que incluso algunos científicos afirman que son capaces de recordar personas, sobre todo a las que las alimentan o interactúan con ellas.


Al día siguiente casi a la misma hora volví a la playa, había pasado la mañana arreglando mi pequeña casa. El olor a mar y la brisa me habían perseguido durante horas y mis pies ansiaban volver a pisar la fresca arena bañada por las olas.

 

Al igual que el día anterior a esas horas casi no había gente. Era extraño, pues pese a ser principios de junio la temperatura era bastante agradable, no muy calurosa y se prestaba a dar paseos junto al mar, todavía no había muchos turistas y supongo que los del pueblo tenían otras labores mas apremiantes.  


Sin embargo allí estaban las gaviotas, no sé cuántas habría esta vez, creo que unas treinta o cuarenta, se encontraban tranquilamente en la playa tomando el sol, de vez en cuando alguna levantaba el vuelo, daba un corto recorrido por la playa y volvía con la bandada.

 

Sonreí, parecían realmente felices todas juntas ante aquellos últimos rayos de sol sin que nadie les molestase, ni siquiera mi presencia; recordé lo que había leído en internet sobre ellas y pensé que realmente parecían estar muy bien avenidas.   


Dejando cualquier otro pensamiento atrás inspiré fuertemente una bocanada de aire salado que me llenó el cuerpo de energía y comencé a caminar. Apenas llevaba quince pasos cuando una gaviota vino a mi lado y se unió en mi paseo:

 

—Hola preciosa, ¿vienes hacerme compañía? Soy Beatriz, le dije.

 

En ese momento como si aceptase mi presentación levantó la cabeza mirándome y continuó caminando a mi lado. Reparé en una pequeña mancha gris a modo de rayo que le cruzaba su blanca cabecita, entonces me di cuenta que se trataba de la misma gaviota del día anterior.


Puede parecer una tontería, pero ese gesto despertó en mí un sentimiento de cariño hacía ese animalito, ¿sería verdad lo que había leído acerca de las gaviotas?

 

—Tendré que ponerte un nombre si vamos a ser compañeras de caminata, ¿qué te parece «Felipa»?

 

Como era de esperar mi pequeña amiga ni se inmutó. Metí entonces la mano en el petate que llevaba a la espalda y sacando un buen trozo de pan le dije:

 

—Ahora que ya somos amigas te invitó a merendar, toma.

 

Me agaché y le dejé aquella fruslería en la arena, casi me pareció ver sorpresa y agradecimiento en sus ojos y enseguida comenzó a picotearlo. Al momento otras compañeras suyas vinieron a pellizcar también aquel inesperado manjar.


Sonriendo me alejé y seguí con mi caminata. Así estuve toda una semana, ansiaba que llegara la hora para bajar a la playa y encontrarme con mis nuevas amigas.


Unas amigas que no me pedían nada a cambio, que no reclamaban una amena conversación por mi parte, pero que me hacían una gran compañía. A veces extendía una toalla en la arena y me sentaba mirando el mar, pero mi gesto lejos de incomodarlas creo que les gustaba, sentía que formaba parte de aquella curiosa comunidad y ellas mismas me consideraban ya una compañera que se unía a sus tardes de sol y playa, porque de vez en cuando alguna se acercaba y sin ningún pudor pisoteaba mi toalla para seguir su camino sin mas.


Una tarde, cuando casi estaba llegando a la playa, escuche un gran estruendo, eran unos graznidos ensordecedores, lastimeros, apresuré el paso y cuando llegué a la playa vi mas gaviotas de las habituales, parecía como si estuvieran celebrando una fiesta, revoloteaban, algunas daban de comer a otras. Tampoco me pasó inadvertida la forma tan extraña en que se movían. Me quedé fascinada viendo aquel espectáculo, ninguna reparó en mi presencia, ninguna se sintió intimidada porque yo estuviera allí mirándolas.


Al rato vi a mi fiel compañera de  caminatas como se pavoneaba, erguida, arrogante delante de otra gaviota que parecía bajar la cabeza ante su presencia. Pude comprender que era un momento especial, un momento mágico, era el cortejo de las gaviotas, cada una buscaba a su pareja, a su igual. No sé cuanto tiempo duraría aquel flirteo, porque me marche a casa dejándoles su privacidad.


Esa noche decidí que sería el primer día del resto de mi vida, a partir de entonces lucharía por mí, por mi felicidad, por sentirme parte de la vida desterrando mi lamento infinito. Martín ya no estaba pero yo tenía que seguir adelante, viviendo mi presente no un pasado que ya no iba a volver.






Comentarios

  1. Qué historia tan preciosa, tan bien expuesta, tan bien narrada 😍 ... muchas gracias, Sonia.

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  2. Muchas gracias a tí por haberla leído y sobre todo por dejar tu comentario.

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