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El color de la tentación

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A veces, la vida se pinta de colores inesperados. Claudia, mujer de mirada serena y sonrisa enigmática, había aprendido a leer los silencios y a disfrutar de su espacio. Su casa, un refugio de luz y arte, necesitaba un nuevo aire. Por eso, cuando abrió la puerta y vio al pintor, supo que algo más que las paredes iba a cambiar. Él era joven, con la piel dorada y los brazos firmes, el cabello revuelto y una sonrisa que desarmaba. Tenía esa forma de hablar suave, como si cada palabra acariciara el aire, y unos ojos que brillaban con descaro y dulzura. Desde el primer roce, el ambiente se impregnó de una electricidad sutil. Cada vez que él se inclinaba para alcanzar una esquina, Claudia sentía el calor de su cuerpo cerca, el aroma fresco de su piel, la promesa de algo prohibido. Él buscaba cualquier excusa para acercarse: una pregunta sobre el color, una sugerencia sobre la luz, una broma apenas susurrada. Las miradas se cruzaban y se quedaban suspendidas, como pinceladas en el aire. Había...

La búsqueda de una sonrisa

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  Me encontré con tu sonrisa una mañana de sábado. Allí estaba entre fotos amontonadas de vacaciones dispersas. Era como si hubiera estado esperando a que la descubriera. Me detuve, atrapada en un mar de recuerdos. Éramos jóvenes, sin preocupaciones, y la distancia entre Ámsterdam y el Mediterráneo parecía no importar. Siempre encontrábamos la manera de acortarla, ya fuera en un fin de semana largo o en unas vacaciones planeadas al detalle. ¿Por qué lo dejamos? Ni siquiera lo recuerdo con claridad. Tal vez fue esa misma distancia que al final terminó por desgastarnos. Pero ahí estaba yo, con tu sonrisa clavada en mi mente y mi vieja compañera, la curiosidad, susurrándome al oído: "Búscalo". Y así lo hice. Me lancé a la odisea digital, convencida de que las redes sociales harían su magia. Sin embargo, no fue tan sencillo como imaginaba. Encontré a varios hombres con tu nombre, pero ninguno eras tú. Mi terquedad maña no conoce límites. Finalmente di con alguien que te conocía, ...

Besos desde el desván

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Mi desván no huele a madera vieja. Es un sendero oscuro, iluminado apenas por dos bombillas desnudas que proyectan sombras titilantes en las paredes. Al final, un pequeño habitáculo que alberga un sinfín de recuerdos envueltos en polvo y tiempo. Entre ellos, reposa un tesoro que solo yo sé valorar: una caja de cartón que un día trajo la alegría de la Navidad, repleta de turrones, mazapanes y champán, y que ahora custodia el eco de mis amores de juventud. Besos transformados en tinta, caricias capturadas en frases, latidos encapsulados en palabras que cruzaron países y décadas. Cartas con promesas atrapadas en sobres con matasellos lejanos. Cada una contiene una historia, un fragmento de mí que sigue palpitando en su interior. Son vestigios de cariño, eternizados en desvaída caligrafía de aquellos años, testigos silenciosos de pasiones que el tiempo no ha logrado borrar. En sus pliegues viven los suspiros de otros tiempos, los incendios de juventud, la impaciencia del deseo. Sus sobres,...

Hoy busco

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Amigos con risa encendida, besos que sepan a madrugada, caricias hechas de luna, amores sin puertas. Busco poemas sin coraza; que salgan al viento, desarmados, y apuesten su voz en piel de ternura. Busco abrazos que duren inviernos, miradas que enciendan la piel, palabras que sepan a casa, silencios que canten también. Busco la magia escondida en la orilla de cada atardecer, y un alma que dance conmigo sin miedo a volver a creer. @SoniaGama65

¡Finales infinitos y principios eternos!

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Hay finales que son infinitos y principios que fueron eternos. La vida me ha dado una familia maravillosa, un marido que me ama, hijas que son mi orgullo, un trabajo que me ha permitido construir mi propio camino. Y, sin embargo, hay momentos en los que un recuerdo regresa con la fuerza de una ola que nunca se disipó del todo. Hoy ha sido una canción en la radio. No la había escuchado en años, quizá décadas, pero han bastado los primeros acordes para transportarme a aquel verano en que tenía dieciséis años y el amor era absoluto, sin fisuras ni dobleces, solo una certeza ardiente de que sería eterno. Él tenía dos años más que yo. Para mí, ya era un hombre, hermoso, de ojos azules como el cielo y sonrisa irresistible. Esa diferencia de edad lo hacía aún más fascinante, pero no era solo eso. Su forma de hablar, siempre alegre, su manera de escucharme, de entenderme, me envolvían como un hechizo del que no quería escapar. Nos creíamos invencibles. No importaba el mundo, no importaba el ma...

Mi mesilla de noche

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Mi mesilla de noche no es solo un mueble. Es un pequeño altar a mis recuerdos, deseos y secretos. Si alguien lo abriera, descubriría quién soy, aunque nunca se lo contara con palabras. En el primer cajón hay una libretita de tapas blandas, de esas con hojas amarillentas que guardan las palabras que nunca me atreví a decir o las que se me ocurren en mitad de la noche. Algunas páginas están llenas de tachones y rabia; otras, de letras tan delicadas que parecen susurros. Junto a la libreta está un mechón de cabello envuelto en un lazo rojo. Es de mi hija cuando era bebé. Cortarlo fue como arrancarme un trocito de corazón, pero guardarlo me recuerda que hay pedazos de amor que permanecen intactos. También hay un sobre ajado por los años. Dentro, una carta escrita con tinta ligeramente desvaída por quien ahora es mi marido, en los días en que el amor era nuevo y la distancia dolía. "Te extraño más de lo que puedo explicar", decía entre confesiones sinceras y promesas que entonces ...

Café con un extraño

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El aroma del café recién hecho impregnaba el aire, y el golpeteo constante de la lluvia contra los cristales del local lo envolvía todo en una intimidad acogedora. Beatriz, con el abrigo colgado en el respaldo de la silla, hojeaba un libro al azar, como si en sus páginas pudiera encontrar la distracción que su mente le negaba. Había llegado buscando más que calor en una taza de café: quería el refugio de un rincón anónimo donde el frío enero no pudiera alcanzarla. Sentada junto a la ventana, seguía con la mirada el vaivén de las gotas que resbalaban por el cristal. El libro que sostenía hablaba de aventuras en tierras lejanas, pero su mente estaba muy cerca, atrapada en un torbellino de pensamientos. De pronto, una voz masculina interrumpió su abstracción: —¿Te importa si me siento? Está todo lleno. Levantó la vista. Frente a ella estaba un hombre con el cabello revuelto, sonrisa cansada, cargando un abrigo empapado que destilaba gotas sobre el suelo de madera y un maletín. —Claro, ade...