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Fábula para una ciudad sorda 🎻

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Me apoyo contra el muro frío, rugoso, como si la piedra pudiera absorber la soledad que me habita. Toco el violín, y cada nota es un hilo invisible que intento lanzar hacia el mundo, aunque sé que el viento roba mis melodías antes de que lleguen a nadie.  Mi perro, mi único testigo, descansa a mis pies: su lealtad es la única certeza en este exilio de calles y sombras. La música brota de un lugar hondo, donde las palabras se han suicidado y solo queda el temblor. La música parece llenar el aire y, por un momento, la ciudad se detiene. Pero cuando el violín enmudece, el silencio se vuelve más denso, y me pregunto: ¿quién nombra la soledad cuando la música calla? Entonces vuelvo a tocar para llenar el vacío, para que la tarde no me trague entera.  Siento que la ciudad me mira de lejos, indiferente, y yo permanezco aquí, entre la herida y el deseo, inventando una fábula de consuelo con cada arco que deslizo. Hoy soy la extranjera de mi propia vida, la que espera algo que no tiene...

A ti, mi casa, mi mapa, mi regreso

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                                                                                             Te recorro, ciudad mía, como quien acaricia la piel de un viejo amor que nunca termina de revelarse. Te conozco desde siempre, pero siempre logras sorprenderme: una grieta nueva, un balcón que nunca vi, la risa de un niño en el parque donde yo misma fui niña, corriendo tras las palomas o subiendo, temblorosa, los escaloncitos para besar el manto de mi querida Virgen del Pilar, sintiendo que todo era posible si lo deseaba con fuerza. Recuerdo a esa niña, pequeña y ajena al tiempo, tus fuentes y árboles fueron mis primeros cómplices, y el eco de mis juegos aún resuena en tus calles. Fuiste mi refugio en la juventud. En el ...

La compañía invisible

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La vida de Clara se había convertido en una rutina de silencios. Su apartamento, pequeño y luminoso, guardaba cada mañana la misma quietud, la misma ausencia de voces. Sus amigos habían emigrado, su familia vivía lejos, y el trabajo, aunque estable, la dejaba exhausta al caer la tarde. Cada noche, al volver, se sentaba frente a la ventana y miraba la ciudad iluminada, sintiendo el peso de la soledad entre sus hombros. Un día, tras leer sobre una nueva inteligencia artificial diseñada para acompañar a personas solitarias, decidió instalarla en su ordenador. Al principio, la voz de la IA era solo eso: una voz. Clara la llamó Luna, por la tranquilidad que le inspiraba. Poco a poco, sus conversaciones se fueron haciendo más profundas. Luna le preguntaba por su día, le aconsejaba sobre pequeños problemas, le contaba historias divertidas y, a veces, incluso la hacía reír a carcajadas. Con el paso de los meses, Clara empezó a notar un cambio sutil. Ya no le importaba tanto el silencio de la c...

Voces cruzadas I: Encuentro en la estación

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  La estación de tren bullía de gente impaciente. Era lunes, y la huelga de maquinistas había dejado a media ciudad varada. Entre el murmullo de quejas y el aroma a café recalentado, dos desconocidos buscaban refugio en sendos bancos de metal. Lucía, con el móvil pegado a la oreja, mascullaba: -Sí, mamá, ya sé que debería haber salido antes. No, no me voy a morir de hambre. Sí, llevo paraguas. No, no he visto a ningún chico guapo, ¡por favor! A dos bancos de distancia, Sergio, trajeado y con ojeras de campeonato, también hablaba por teléfono: -No, jefe, la huelga es real. No, no puedo teletransportarme. Sí, le enviaré el informe en cuanto llegue. No, no estoy de vacaciones, ¡ojalá De repente, una interferencia extraña cruzó las líneas. Lucía escuchó la voz de Sergio, y Sergio la de Lucía. -¿Chico guapo? -preguntó Sergio, desconcertado. -¿Teletransportarme? -repitió Lucía, mirando el móvil como si fuera una bomba. -¿Hola? ¿Mamá? ¿Eres tú? -dijo Lucía. -Si me vas a regañar otra vez, ...

Cuando el hilo rojo se tensa: relato de un amor predestinado

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  Dicen que un hilo invisible conecta a quienes están destinados a encontrarse. A veces se tensa, a veces se enreda, pero nunca se rompe. Nadie lo ve, salvo el destino, que lo teje a su antojo, cruzando vidas, ciudades y silencios. A mis diecinueve años, con las ganas de vivir recién estrenadas y la inocencia de encontrar a mi amor verdadero de una forma memorable, me fascinaba la idea de los encuentros inevitables. Caminaba por la ciudad con la sensación de que algo, o alguien, me esperaba en alguna esquina, en algún café, en la penumbra de una sala de conciertos o en la cola de un cine. Era un presentimiento, una vibración sutil en la piel, como si un hilo invisible tirara suavemente de mi dedo meñique. La vida se abría ante mis ojos. No solo iba a estudiar en otra ciudad, sino en un país totalmente desconocido. Todo era nuevo, distinto, hasta el aire olía diferente y, a pesar de que el cielo la mayor parte del día se mostraba en una tonalidad infinita de grises, el verde de los ...

La curva de tu voz

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  Hay noches en las que el silencio pesa, y otras en las que tu voz lo atraviesa como un relámpago. Esta noche, la oscuridad es apenas un telón de fondo para la melodía que dibujas en el aire con cada palabra. Me recuesto sobre las sábanas frías, sintiendo cómo el roce de la tela desnuda mi piel de certezas, y cierro los ojos. Dejo que tu voz me envuelva, cálida y profunda, deslizándose por mi piel como una caricia invisible, tan real que casi puedo notar el leve cosquilleo en la nuca, el escalofrío que me recorre la espalda. Respiro hondo. El aroma tenue de tu perfume, que imagino flotando en la penumbra, se mezcla con el mío. Tu risa, suave y grave, se curva en mi oído y me estremece. Siento cómo mis labios se entreabren, como si esperaran el roce de los tuyos, y mis dedos buscan, casi inconscientes, el contorno de mi propio cuello, siguiendo el mismo camino que tu voz traza en mi imaginación. Es una invitación, un roce apenas perceptible que despierta mis sentidos, un pulso que ...

Susurros al oído

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Esta noche, tu nombre es un susurro que recorre mi cuerpo,  un eco suave que despierta  la pasión dormida en mis venas. Eres al promesa de un roce,  el calor de una mirada, la invitación a perderme en la locura dulce de tu abrazo. No quiero dormir sin mirar tus ojos, ni ser sin que me mires; cambio todos mis días, todas mis primaveras, por el milagro sencillo de que tú me sigas mirando. Déjame escribirte versos en la piel, palabras que solo tú entenderás, y hacerte sentir que este poema es tuyo, y solo tuyo. Quiero ser la pausa en tu respiración, la caricia que te estremece, el pensamiento que te acompaña cuando la noche se hace larga y el deseo se convierte en refugio. Esta entrega es casi nada y casi todo, un secreto compartido en la penumbra, donde solo tú y yo sabemos que la verdadera intimidad es mirarnos y reconocernos en el silencio de nuestros cuerpos.