“¡Faire l’amour et pas la guerre!”

En los parpadeos del atardecer, cuando los recuerdos se deslizan suavemente por la piel, mi mente retorna a aquel instante en una callejuela estrecha y empedrada de París. Un rincón de la ciudad envuelto en el eco de susurros, donde el aroma del café y las notas de acordeón se entrelazaban en un baile etéreo. Era una tarde soleada, un día impregnado de la nostalgia que solo París sabe evocar. Mis pasos errantes me llevaron hacia aquella calle, donde el tiempo parecía detenerse entre los balcones adornados con flores. Fue entonces cuando el destino, caprichoso como siempre, decidió entrelazar mi historia con la de una mujer misteriosa. Ella emergió como un destello de luz desde lo alto, su figura se recortaba contra el cielo crepuscular. Su voz, llena de vida, resonó en el aire: "Faire l'amour et pas la guerre", pronunció con una pasión que encendió el alma de quienes la escucharon. Sus palabras, como pétalos de rosa en el viento, se posaron en mi corazón. El universo pa...