“¡Faire l’amour et pas la guerre!”
En los parpadeos del atardecer, cuando los recuerdos se deslizan suavemente por la piel, mi mente retorna a aquel instante en una callejuela estrecha y empedrada de París. Un rincón de la ciudad envuelto en el eco de susurros, donde el aroma del café y las notas de acordeón se entrelazaban en un baile etéreo.
Era una tarde soleada, un día impregnado de la nostalgia que solo París sabe evocar. Mis pasos errantes me llevaron hacia aquella calle, donde el tiempo parecía detenerse entre los balcones adornados con flores. Fue entonces cuando el destino, caprichoso como siempre, decidió entrelazar mi historia con la de una mujer misteriosa.
Ella emergió como un destello de luz desde lo alto, su figura se recortaba contra el cielo crepuscular. Su voz, llena de vida, resonó en el aire: "Faire l'amour et pas la guerre", pronunció con una pasión que encendió el alma de quienes la escucharon.
Sus palabras, como pétalos de rosa en el viento, se posaron en mi corazón. El universo pareció deleitarse también con aquellas palabras, y extendió su magia cual hechizo sobre todos los viandantes que la escuchamos.
Aún recuerdo su rostro. Irradiaba felicidad, como si hubiera descubierto el secreto más profundo del amor y lo compartiera con el mundo entero. Me pareció que me miraba a mí con ojos llenos de complicidad, regalándome con su efímero gesto una huella imborrable en mi ser.
Desde entonces, la frase resuena en mis pensamientos como un mantra sagrado, recordándome la belleza efímera de los momentos compartidos y la importancia de elegir el amor por encima de la guerra.
Aun hoy, el recuerdo de aquella mujer misteriosa se funde en la brisa nocturna, susurrándome palabras de amor en un idioma que solo el corazón puede comprender.
@SoniaGama65
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