Destinos entrelazados en una tormenta de verano
Era una tarde de tormenta de verano, una de esas que te envuelve en un calor húmedo y te hace sudar incluso sin mover un dedo. Estaba sola en casa y la lluvia golpeaba con fuerza en los ventanales del salón, creando un escenario perfecto para una tarde tranquila.
Mis ojos recorrieron la estantería donde guardaba mis viejos CD's, llenos de música romántica y recuerdos de otros tiempos. De repente, mis dedos se detuvieron en uno en particular: "Luis Miguel Romances". Una sonrisa curvó mis labios al recordar todas las veces que había escuchado ese disco.
Sin pensarlo dos veces, lo saqué y lo puse en la discreta torre multimedia. Pronto, la voz seductora de Luis Miguel llenó la habitación. Me recosté en el sofá, dejándome llevar por la melodía y la tormenta que rugía afuera.
Cómo resistirme a su dulce voz y a sus palabras: 'Bendito Dios, porque a tenerte yo en vida, no necesito ir al cielo tisú, si alma mía, la gloria eres tú'". Cada palabra, cada nota resonaba en mi corazón como una caricia, y sentía que cada canción me envolvía en un hechizo.
Mientras la música seguía sonando, me dejé llevar por la ensoñación. Mis pensamientos se desvanecieron, y en mi mente, la realidad y la fantasía se entrelazaron en una danza apasionada.
En medio de la tormenta, de repente, él estaba allí. Un hombre alto y atractivo, con una mirada profunda que parecía leer hasta el último rincón de mi alma. Sin decir una palabra, me tomó de la mano y nos pusimos a bailar lentamente, cuerpo contra cuerpo, haciendo desaparecer el mundo que nos rodeaba.
Cada nota de la música parecía hecha a medida para nuestros corazones. La pasión crecía con cada acorde, y la tensión entre nosotros era palpable. No había necesidad de palabras; nuestros ojos y gestos hablaban por nosotros.
En un rincón apartado del salón, nos encontramos, y bajo la mesa, su mano acarició suavemente mi rodilla. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, y su toque despertó una oleada de sensaciones que nunca había experimentado antes.
La música, la tormenta y la pasión nos envolvían en un remolino de emociones. Él me miró con ojos ardientes, y su deseo se reflejó en mi mirada. Sin pensarlo, nos entregamos al fuego que nos consumía.
Las canciones seguían sonando, pero ya no eran solo melodías, sino el telón de fondo de nuestra propia historia de amor.
Las horas volaron mientras bailábamos y nos entregábamos el uno al otro en un abrazo apasionado. La lluvia seguía cayendo fuera, pero dentro de aquel encuentro, el calor de nuestros cuerpos y corazones brillaba más fuerte.
Mientras seguía bailando con él, me di cuenta de que todo aquello era demasiado hermoso para ser real. Una parte de mí deseaba que el sueño no terminara nunca, que pudiera quedarme en esa fantasía junto a ese hombre misterioso y apasionado.
Pero, poco a poco, la música se fue desvaneciendo, y con ella, él también desapareció, como una figura etérea que se disipaba en el aire. Abrí los ojos y me encontré de nuevo en mi salón, sola.
Después de guardar el CD de Luis Miguel con cariño, me senté en el sofá y suspiré, aún con la sensación del sueño vivido en mi corazón. La lluvia seguía golpeando los ventanales, y decidí acercarme nuevamente para ver cómo el mundo se pintaba de tonos grises bajo el agua que caía.
Al asomarme, mis ojos se encontraron con una imagen que me dejó sin aliento. En la acera de enfrente, justo bajo la cornisa de la tienda de ultramarinos, había un hombre empapado por la tormenta. Su cabello oscuro estaba pegado a su frente, y sus ojos parecían dos profundos charcos de agua.
Nuestros ojos se encontraron y se quedaron allí, como si el tiempo se hubiera detenido. Un escalofrío recorrió mi espalda, y una sensación de déjà vu invadió mi mente. ¿Era posible que aquel hombre que ahora estaba empapado por la lluvia fuera el mismo de mi sueño?
En medio de la tormenta, nuestras miradas se comunicaban en silencio, como si nuestras almas se reconocieran de algún modo. La conexión era tan intensa que no podía apartar la mirada, y un cosquilleo de emoción recorría cada centímetro de mi piel.
Mis pensamientos volaron, y la línea entre la realidad y la fantasía se volvió difusa una vez más. ¿Era acaso una coincidencia? ¿O acaso mi sueño había trascendido más allá de mis pensamientos y había cobrado vida ante mis ojos?
No lo sabía, pero en ese instante, me permití dejarme llevar por la magia del momento. Bajo la lluvia torrencial, nuestras miradas seguían conectadas, como si el universo hubiera conspirado para cruzar nuestros caminos en medio de esa tarde de tormenta de verano.
Un atisbo de sonrisa se dibujó en mis labios mientras imaginaba que aquel hombre podía ser el protagonista de mi sueño, el misterioso y apasionado desconocido que me había hecho sentir viva y llena de deseo.
Finalmente, él apartó la mirada y se refugió más bajo la cornisa, pero su imagen quedó impregnada en mi mente. Sabía que nunca lo olvidaría, que aquel encuentro, real o no, había dejado una huella imborrable en mi corazón.
Y así, dejando volar mi imaginación por última vez, me permití soñar despierta mientras la lluvia seguía cayendo afuera. Quién sabe, tal vez aquel encuentro casual podría convertirse en el inicio de una nueva y apasionante historia de amor, inspirada por los románticos boleros de Luis Miguel y el encanto de una tarde de tormenta de verano.
S.G - @SoniaGama65
Me ha encantado leerlo, y percibir las emociones de esos encuentros como si fuese el propio protagonista, con la emoción a flor de piel...
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