La ventana indiscreta I
No puedo hacer otra cosa que mirar desde la ventana de mi habitación, veo como las hojas de los árboles se mueven, parece que el tiempo empieza a refrescar, se agradece, aunque al cuerpo este cambio le pille a contra pelo.
Se han empezado a mudar en la casa de enfrente, se nota en la actividad de personas, camiones de mudanza y movimiento que hay en la calle. Imagino como se deben de sentir los felices habitantes de sus pisos nuevos, contentos por estrenar por fin su nueva casa.
Las ventanas, como ojos indiscretos, han abierto sus parpados, por fin las persianas que durante meses han permanecido bajadas ahora están arriba y dejan ver, aun sin querer, la vida que comienza a fluir en el interior de las viviendas.
En el piso que tengo justo enfrente se ven apilados muebles, cajas y un ordenador frente a la ventana, que interesante.
Entonces mi ávida imaginación comienza a pensar en historias imposibles.
Quizás el nuevo habitante de esa casa sea un escritor de thrillers porque me pareció ver cuando me levanté al baño esta noche una lucecita encendida a las tres de la mañana, unos pies bajo la mesa y la incandescencia del ordenador.
¿Qué habrá escrito?: ¿Amores imposibles amparados en la oscuridad de la noche?, ¿el asesinato en el tren de un autoestopista que se coló justo en el momento en que cerraban las puertas antes de partir de la estación¿ o quizás movido por la preocupación de la mudanza solo fuera la memoria de cosas a realizar, papeleo que presentar en el ayuntamiento o el banco, quien sabe.
Sentada aquí en la comodidad de mi escritorio, solo puedo ver por la ventana, imaginar y escribir que pasan los segundos, minutos y horas y pronto volverá anochecer.
Me siento como James Stewart en la ventana indiscreta, sola y preocupada por cosas ajenas a mi persona, por banalidades que se desvanecerán cuando mis pesados parpados vuelen al mundo de los sueños.
S.G
Y quizás esa ventana no es más que el anhelo de imaginar que llevamos dentro
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