Una abuela de adopción 1


Después de veintinueve años sabía que aquella vez sería la última que la volvería a ver, que la volvería a escuchar, que volvería abrazarla.

Después de veintinueve años sin habernos visto, la encontré tranquila, en paz sentada en su terraza disfrutando del jardín, del sol en la cara. A sus 91 años tampoco había cambiado tanto, algunos kilos de mas pero su cara seguía reflejando todo lo vivido tal y como la recordaba.

Adopté aquella adorable mujer como a mi abuela, aunque quizás ella me adoptó antes como nieta. Era 1985 cuando llegué a casa de su hijo en calidad de Au-pair en aquel pueblecito del norte de Alemania.

Omi Elisabeth, como así la llamaba, Omi por lo de abuela y Elisabeth por llamarse así, vivía a unos tres kilómetros en otro pueblecito todavía más pequeño que el nuestro, pero venía a vernos de vez en cuando y entonces era cuando con todo su cariño me traía unas deliciosas tabletas de chocolate con unos cuantos marcos alemanes pegados en la parte de atrás.

Para mí aquel gesto me llenaba de alegría, ya no solo por la propina que con mis diecinueve años y escasos recursos todo dinero era bienvenido, sino porque me hacía sentir querida, me hacía sentir que pertenecía a una familia, aunque la mía real estaba a casi dos mil kilómetros de distancia. 

Permanecí un año allí y durante ese tiempo Omi Elisabeth me llenó de cariño. Cuando me marché de Alemania y pese a la distancia seguimos en contacto por carta o teléfono, siempre con la promesa de que un día volvería.

Pero tuvieron que pasar veintinueve años para cumplir aquella promesa, verla de nuevo fue como volver a casa.

Fue un reencuentro lleno de llantos de alegría, abrazos, recuerdos y sabios consejos.

En aquellas horas que estuvimos juntas descubrí que Omi Elisabeth además de seguir siendo todo amor, era una gran contadora de historias y además le gustaba escribirlas.

Fue entonces cuando me enteré que a mí marcha en 1986 me escribió un poema que atesoró durante todo ese tiempo con la ilusión de dármelo en mano.

Nunca nadie me había escrito unas palabras tan bellas, expresadas con tanto cariño y tan llenas de amor. 

Por supuesto, ese poema lo guardo como uno de mis mayores tesoros que sigue emocionando me cómo la primera vez que lo leí.  

Pero la historia que realmente me impresionó más fue la suya propia.

Omi Elisabeth escribió así sobre su vida:


“Hoy tengo 90 años y pienso en cómo he vivido. ¿He puesto mi granito de arena para aguantar todos estos años?


La cosa es así, vienes al mundo, no te preguntan si te gusta. Si tienes suerte y caes en buena tierra, alégrate, porque no hay vuelta atrás, ¡A partir de ahora toma las riendas!


Ya en la infancia hay muchas dificultades, a pesar de todo el amor que tus padres te dan. Tienes que ser bueno, aprender bien en la escuela y ser un niño modelo para tus padres.


Al mismo tiempo, te educan para que consideres cuándo estás preparado para dejar la casa de tus padres, para salir al mundo y estar seguro de que puedes sobrevivir por tu cuenta.


Una vez superada esta educación, exploré lo que quería hacer profesionalmente.

Por supuesto que tenía ideas concretas, no era ninguna broma.


Pensé ser enfermera. Pero todavía era demasiado joven. Así a los 15 años acepté un trabajo como asistente de sala en el hospital, para poder ir a la Casa Madre de los enfermos a los 18 años. Pero entonces llegó el punto de inflexión en mi vida: ¡tuve que dejar mi trabajo en el hospital!


Mi padre vino a nuestro hospital como paciente y me ordenó que saliera de allí.

Dijo: no quiero que ninguna de mis seis hijas sea enfermera pronto habrá una guerra y Hitler no tendrá la victoria. 

Luego acepté un trabajo como asistenta en Zopten, un hogar con 3 niños pequeños donde me divertía mucho en el trabajo.


De repente, un día apareció una tía de Plauen; la cuestión era que se llamaba Elisabeth Krügel, igual que yo. Según me contó llegó a Schlesien para investigar a sus antepasados.

La simpatía era mutua y me convenció de que por los 18 marcos que recibía de sueldo, debía ir con ella a Plauen, puesto que para todo el trabajo que realizaba ese dinero era una burla y desde luego no era suficiente.


Estuve con la familia Johnson en Plauen durante 5 años. Me acogieron en su casa como un miembro más de la familia. Todavía estoy en contacto con ellos y los querré hasta mi último aliento.


Por desgracia, tuvimos que abandonar Plauen en 1945, nuestra casa fue bombardeada, no podíamos creerlo. 

Luego encontré trabajo en Zeitz con una pareja de banqueros ancianos atendidos por un coronel ruso y me casé al cabo de un año.


Así que me lancé a una nueva vida y fue de todo menos bien condimentada.


Mi marido había vuelto de la guerra y del cautiverio, lo nuestro fue un flechazo.

Nos conocimos a través de su hermana, al principio yo me mantuve reservada durante un tiempo.

Aunque mi Erich no me perdía de vista y nos casamos en 1946. La felicidad que sentimos fue mayor que un montón de dinero, porque al cabo de un año nació nuestra Christine. Después de dos años y medio Hans Georg vio la luz del día, un hijo, ¡mi marido apenas podía creer su suerte!


Así pasaron los años con penas y penurias, no hubo mucho amor y ternura. El estado político de la RDA nos hizo sospechar que mi marido no volvería a tener una concesión para su negocio.


Durante la guerra mi marido había perdido a su mujer y a sus tres hijas pequeñas, este dolor todavía retumba en su corazón. Pude estar a su lado y visitar sus tumbas con él sintiendo su mismo dolor. 

Después de tener que abandonar el pequeño negocio de Erich estuvimos dando tumbos mucho tiempo buscando algo para comer.


Ese tiempo fue horrible y para mal de males mi marido tuvo una ruptura gástrica y murió.

Fue un shock, se me heló la sangre en las venas: ¿qué pasaría ahora?

¿Qué pasaría con nuestra familia sin un marido y un padre? ¡Mis nervios estaban a flor de piel, todos mis bienes a 15 de enero de 1960 consistían en sólo 5 marcos!


El destino siguió su curso, tuve que construirme una nueva existencia. ¡Mi cuñado me ofreció la oportunidad de mudarme al Oeste!

Puso a mi disposición un piso yo sólo tenía que mudarme.

Con gran dificultad conseguí huir de forma ilegal a occidente y pude instalarme con mi hermana y mi cuñado.


Los comienzos fueron muy difíciles y los niños sufrieron mucho.

Aunque rápidamente conseguí un trabajo y la ciudad de Hannover me acogió a pesar de la prohibición a los refugiados.


Después de un año y medio volvimos a tener nuestra propia casa, Para entonces mi trabajo consistía en administrar una gran guardería.

¡Eso estuvo bien!

Al poco tiempo me ofrecieron un trabajo en el hospital recién construido de la ciudad de Gehrdon.

Apenas podía creer mi suerte. El sueño de mi infancia se hizo realidad y pude aprobar los exámenes de enfermería a los cuarenta y tres años.


Después de siete años, conocí a mi segundo marido, Fritz Meyer.

Tuvimos la suerte de estar juntos durante veintisiete años hasta que murió de un ataque al corazón en 1996.


Mientras tanto he vivido sola durante 18 años y Dios decidirá cuándo terminará mi vida en la tierra.”


Mi querida Omi Elisabeth después de una gran vida de penurias y alegrías falleció en noviembre de 2018 a la edad de noventa y cuatro años.

Con todo lo que le tocó vivir, incluida La Gran Guerra, consiguió cumplir su sueño “ser enfermera” que gran lección de constancia y superación. 

Recuerdo que en nuestro último encuentro quería darme un regalo, buscó entre sus pertenencias mas queridas y allí encontró una pequeña barca egipcia de nácar y me dijo: "que esta barca te recuerde que estamos de paso en esta vida y hay que aprovechar cada segundo que pasamos en ella".

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