La última vez que la ví (Omi II)




Atrás queda una semana de trabajo en Dortmund, montada en el tren apenas puedo esperar a llegar a la ciudad que tantos recuerdos me evoca. Estoy nerviosa, muy nerviosa, miro a través de la ventana del tren y veo pasar los campos, las casas, las nubes grises y mi corazón se acelera mas y mas, después de mas de 25 años vuelvo a mi segunda ciudad especial.


El tren se detiene, hemos llegado a Hannover y mi corazón da brincos de alegría dentro de mi pecho. 

 

La estación es un hervidero de gente. Es viernes, hora punta y la ciudad tiene el ajetreo habitual de gente que sale del trabajo deseosa de empezar su merecido fin de semana.

 

Salgo al hall de la estación y pienso las veces que estuve allí mismo, cierro los ojos y me digo: “He vuelto, estoy realmente aquí”


 


Reiter Augustus, el padre de la ciudad sigue ahí.  Mis pasos se adentran en la ciudad, tengo tiempo de perderme por sus calles antes de que llegue Christian. 

 

Paseo, hago fotos, me siento feliz, pletórica de alegría y a la vez llena de añoranza.  Un olor especial de pepino, salchichas y especias inunda mi nariz, en ningún otro sitio huele así, solo aquí en Hannover, como entonces.




Sigo andando y veo Kröpcke, Mövenpick, die Opernhaus, la iglesia de San Marcos, die Altstadt, los DADA, cientos de recuerdos se solapan entre el ayer y el ahora, recorro las calles con una sonrisa dibujada en la cara.


 

Son la seis vuelvo a la estación y veo a Christian. Ahora es todo un hombre, alto, guapo y fuerte. Lo veo entre la gente mirando a ver si me encuentra, le sorprendo por detrás y nos fundimos en un abrazo, cojo su cara entre mis manos, nos miramos a los ojos, ninguno de los dos nos lo creemos, después de tantos años, aquí estamos frente a frente. Mi hermanito, como yo siempre le he llamado es ahora todo un hombre de 1,90 padre de dos niñas preciosas y marido de una mujer maravillosa.

 

Durante el viaje hasta su casa no paramos de hablar, reír, recordar anécdotas. Es como si no hubiera pasado el tiempo, como si solo hubieran pasado unos días desde la ultima vez que nos vimos, desde que yo era su Au-pair convertida en hermana mayor.

 

Por fin llegamos a su casa, se nota que estamos muy al norte de Europa es de noche pero el cielo no está del todo oscuro. 

Me quedo maravillada, por fuera es una casa preciosa parece de cuento, tiene un aire antiguo, como de granja alemana, con unas escaleras empinadas que conducen a la puerta de entrada. A través de los cristales de la puerta veo unos ojillos abiertos como platos, es Greta, la hija mayor de Christian que tiene tres años. 

Cuando entramos veo una preciosidad chiquitita muy rubia y de grandes ojos azules, me recuerda a Christian cuando era pequeño, me agacho para estar a su altura y le digo. 

- Tu debes de ser Greta. Que guapa eres. Yo soy Sonia. ¿Me das un besito? 

- Hola, si soy Greta, mañana te lo daré.


- De acuerdo, pero mañana tendrá que ser un beso enorme. 

Tras un rato juntas Greta es mi mejor amiga, ya no se separa de mí, me ha prestado su cuarto para que yo pueda dormir estos días, la pequeña Ella duerme, como debe hacer un bebé.

Cuando Greta se va a dormir Christian, Nadine y yo nos sentamos en la mesa del salón y pasamos un rato agradable hablando, riendo y bebiendo una botella de vino tinto que he traído. 

Al día siguiente vamos a Lüneburg, hacemos barbacoa en el jardín, todo es muy agradable, pero como todo en esta vida se acaba.  Pronto llega el domingo y tengo que marcharme.

Despedirme de Nadine, Greta y Ella me llena de tristeza. Nadine, una hermosa mujer de gran corazón, me abraza y juntas lloramos, ahora además de un hermano, tengo una hermana. Se que las echaré de menos, pero también sé que no tardaremos tanto tiempo en volvernos a ver.

Pero antes de marcharme del todo, falta la visita mas importante, ver a mi Omi, Omi Elisabeth y a Tante Christine.

Nos vamos, Greta viene con Christian y conmigo va sentada detrás sentada, cada dos minutos pregunta cuanto falta para llegar a casa de Oma Elisabeth, delante su padre y yo vamos mas callados que en el viaje del viernes, parece mentira solo ha pasado día y medio, la sensación que tengo es de haber estado mas tiempo, hemos disfrutado cada segundo de cada minuto y sobre todo me voy con todo el cariño de esta familia.

Omi es muy mayor, por eso no le han querido decir nada.  Cuando llegamos a su casa está sentada al sol en la terraza, al principio no me reconoce, son muchos años los que hace que no nos hemos vuelto a ver y lógicamente he cambiado, pero cuando me acerco mas y le digo, Omi soy Sonia, de España. Entonces…

Enseguida reacciona y me reconoce. Se levanta y me abraza, entramos al salón, mientras Tante Christine ha preparado un buen café con unas tartas riquísimas.

Para que la situación se vuelva algo más tranquila tante Christine le dice a Greta que si se quiere quedar a dormir con ella que tiene un sofá cama en su casa muy cómodo, pero la niña le responde que no tiene camas suficientes para todos, claro ella quiere que su papa y yo nos quedemos, pero nadie la entiende, solo yo, y hago de interprete de Greta. La tía, la abuela y Christian se ríen, pero como la entiendes, está claro ella habla como yo, como un niño, nos reímos. 

Cuando Christian era pequeño también nos entendíamos de maravilla. Incluso cuando yo le leía esos cuentos que ni yo misma sabía que contaban, el luego con su idioma infantil me los explicaba y poco a poco ambos fuimos aprendiendo, yo alemán y ambos que el cariño y el amor es universal y no tiene fronteras.

Tante Christine me enseña fotos y unos versos que escribió la abuela hace años pensando en mí, otros de su vida y del nacimiento de Christian. Comienzo a leerlos y los ojos se me llenan de lágrimas, no podía imaginar que hubiera significado también tanto para ella. Lloro y me abrazo a la abuela, las dos nos emocionamos. Entonces mi Omi se vuelve a la alacena en busca algo, quiere darme algo suyo de recuerdo, algo que cada vez que lo vea me recuerde a ella, aunque en realidad yo no necesito ningún objeto pues mi Omi tiene un sitio privilegiado en mi corazón desde hace años. Desde cuando hace 25 años venía a visitar a sus nietos Christian y Jan Hendrik y me traía esas tabletas de chocolate con unas monedas pegadas con celo y me trataba como a una nieta mas. Recuerdo sus tartas y sus consejos, su cariño cuando yo mas lo necesitaba al estar tan lejos de mi hogar, de mi familia y eso, eso nunca en la vida lo podré olvidar.

Llega la hora de la despedida, en poco tiempo tengo que tomar el vuelo destino a España. Nos despedimos, es realmente duro, muy duro. No sé cuando volveré a verlas, pero me voy feliz por fin después de tanto tiempo hemos podido volver a abrazarnos y he sentido nuevamente el cariño y la alegría en la historia de mi Omi. 

Vamos hacia el coche, de camino Greta va de la mano de Tante Christine y de la mía saltando y riendo, pero en cuanto se monta en el coche se pone triste, se da cuenta de que vamos al aeropuerto y de que “su” Sonia se va. Realmente parece mentira que en tan poco tiempo me haya tomado tanto cariño, pero es mutuo y ella lo siente. 

En apenas veinte minutos llegamos al aeropuerto, nos despedimos a la entrada, abrazos y lloros, Greta pone unos pucheros que me parten el alma, le digo que nos volveremos a ver pronto y me voy sin mirar atrás. 

Tras una breve espera embarcamos, una vez en mi asiento saco las poesías y escritos que tante Christine me ha dado de Omi y los leo. 

No se si ha sido muy buena idea, son preciosos, que gran corazón que tiene la abuela, leo entre lágrimas, en el fondo sé que Omi es muy mayor y quizás esta haya sido la última vez que la vuelva a ver. Siento un dolor en el pecho que no me deja casi respirar, me encojo en mi asiento, me hago cada vez más pequeña, intento mirar por la ventana que está junto a mi plaza, pero mis ojos están tan encharcados que ni el espectáculo del cielo que tengo frente a mí apacigua mi dolor.

Ya no lloro, vuelvo a sumergirme en el escrito y en mis sentimientos cuando el hombre que se sienta a mi diestra, un alemán bajito muy moreno de piel, aunque de pelo muy claro nos pregunta al hombre de su derecha y a mí si queremos una cerveza.

No suelo beber cerveza, pero no sé porque en ese momento me parece una gran idea y acepto su invitación, quizás sea eso lo que necesito para aliviar tantas emociones, tanta tensión y tanto dolor.


Cuando la azafata nos trae la cerveza brindamos y me desea con una gran sonrisa que se me pase mi tristeza. Le cuento porque no puedo parar de llorar y en ese momento, pese a que en apariencia ese hombre y yo estamos en las antípodas de nuestros mundos, toma mi mano entre la suya le da un cariñoso apretón, la besa y me dice: 

 -Tranquila desahógate, aquí me tienes. 


La vida continúa, nunca más volví a ver a mi querida Omi Elisabeth con vida, pero todavía atesoro cada segundo de aquel fin de semana en mi corazón, donde el pasado y el presente se volvieron a unir por unas horas. 


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