Lugares comunes, esos maravillosos y malditos lugares

Resultan tan cómodos, tan aparentes. Cuando empezamos a escribir acuden sin darnos cuenta de forma cautivadora a nuestra mente, como no dejarse seducir por ellos. Probablemente al principio no nos demos ni cuenta de su uso.

 

Pero no, debemos ser fuertes y sobre todo creativos y huir como “alma que lleva el diablo”.

 

La primera vez que oí hablar de ellos fue en un maravilloso taller de escritura creativa organizado por el ayuntamiento de mi ciudad. Ada Menéndez nuestra profesora, un encanto de persona y mejor poeta, cuando leí aquello de:

 

“Y el sol radiante se filtró con fuerza por entre las rendijas de mi persiana haciendo que abandonara mi placentero sueño.”

 

Me miró muy seria y no sé si fueron sus palabras o la cara de asquito que puso que me quedó bien claro que nunca, nunca debía volver a escribir “un lugar común”.

 

Por si todavía no os habéis dado cuenta que es un lugar común os lo aclaro con gusto. 

Se trata de una frase, expresión o idea de uso tan frecuente que se convierte en algo vulgar y termina perdiendo interés. Son esas muletillas que acoplamos a nuestra charla poniendo de manifiesto la falta de ideas propias.

 

Os pongo algún ejemplo:

 

-       Sol radiante

-       Arder en deseos

-       Darse un baño de multitudes

-       Dientes como perlas

-       Cabellos dorados

-       Un silencio sobrecogedor

-       Con el corazón en la mano 

-       Rabiosa actualidad

-       Mar de dudas etc. etc. etc.


Dicho esto, procurad explicar vuestras ideas con palabras propias sin echar mano de argumentos populares. 


Aunque reconozco que muchas veces me dejo llevar y es que me encantan nuestros refranes, esos argumentos populares que me “vienen como anillo al dedo para cualquier ocasión” 



 

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