En que me baso para adivinar la personalidad de alguien antes de conocerlo personalmente

Esto es más una reflexión. Nuestros abuelos y padres nos han enseñado que la cara es el reflejo del alma. Que viendo a una persona puedes saber su estado de ánimo, si está enferma e incluso adivinar su personalidad.

 

Claro que a ese rostro le acompaña el resto del cuerpo que nos da más pistas a cerca de la persona que tenemos delante. Por ejemplo, lo arrogante que puede ser una persona por la forma de mostrarnos sus brazos y sus manos. No es lo mismo alguien de pie con los brazos cruzados que alguien con las manos entrelazadas y ya no digamos alguien con los brazos en jarra. Seguramente se nos vienen muchas imágenes de viñetas cómicas a la memoria.

 

Vale lo acepto, tampoco es lo mismo una persona de pie, que una sentada, porque no cabe duda que si saludamos a alguien que nos espera y está de pie le miramos a la cara e instintivamente le tratamos como a un igual, pero por el contrario si esa misma persona está sentada nuestra aptitud intrínseca cambia, nos sentimos superiores y si encima esa persona nos saluda con un apretón de manos flojo más vale que no intente vendernos nada porque somos capaces de sacarle hasta la camisa.

 

Pero sigamos con esas primeras impresiones. El “nombre”, sí, sí el nombre de una persona también influenciará en nuestra primera impresión.

Nombres como: Gregorio, Leopoldo o Alejandro nos hacen pensar en personas mayores a las que hay que tratar de “Usted”, por el contrario, si esas misas personas se nos presentan como: Goyo, Leo o Alex el tono nos cambiará automáticamente a tutearles, al colegueo.

Mención aparte tienen los “Francisco, José o Santiago” que casi desde la cuna se convierten en Paco, Pepe o Santi. ¿Puede haber cosa más extraña? Que manías tenemos de poner diminutivos a todo y es que esos nombres, con todos mis respetos, nos hacen pensar en Paco “el fontanero” o Pepe el del “bar” o Santi el de la “papelería”. Ojo que tengo amigos estupendos con cada uno de esos nombres.

Bueno ya vemos que el nombre también y sin darnos cuenta puede influirnos en nuestra primera impresión.

 

Para rematar la jugada de esa primera sensación que percibimos cuando conocemos a alguien entra en juego su “voz”.

Pues no hemos visto alguna vez a hombres potentes con voces aflautadas, o a mujeres de tez blanca y cuerpo escultural con voces roncas como si se hubieran fumado toda una caja de puros e interiormente dejamos de ver su exterior para centrarnos es su voz.

 

Así que, si tenemos en cuenta el rostro, el cuerpo, el nombre y la voz de una persona según lo expuesto antes, casi podemos decir sin lugar a dudas que conocemos el 50% de una persona.

 

Pues no, NO en letras mayúsculas. Todo eso solo nos da una ligera idea de cómo puede ser una persona, seguramente nos equivoquemos, porque nos habremos basado en estéreo tipos que nos hemos forjado, lo que realmente nos da una clara idea de cómo es una persona son sus “ojos”.

 

Exacto los ojos, la mirada, esas miradas profundas, penetrantes, indescifrables que parece que nos leen el pensamiento mientras nos taladran el alma; esas otras miradas limpias, sonrientes que se abren ante nosotros de forma afable, que te infunden confianza; esas miradas encharcadas que nos producen tristeza y dolor cuando las miramos; esas otras achinadas con marcadas arruguitas en la sien que parece que nos clavan cien puñales envenenados.

 

Por eso a mi humilde parecer el rostro, la voz o el nombre de una persona es secundario, solo su mirada nos dirá si merece la pena conocerla.

 

Este matiz es muy importante hoy en día en que nos vemos bombardeados por cientos de imágenes de personas, porque la mayoría de esas imágenes no muestran su verdadera alma, “sus ojos” y cuando lo hacen aparecen retocados tras infinitos filtros.

 

A mí no me importan los rostros guapos o feos, turgentes o arrugados; o nombres rimbombantes o normales, lo que realmente me importa es una mirada sencilla y honesta que simplemente me dé la bienvenida.




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