En el rincón más íntimo de mi memoria, donde los recuerdos y las pasiones se abrazan como amantes furtivos en la penumbra de la noche, atesoro la frase que me dijiste en aquella ardiente tarde de verano: "Mil besos y uno más". Fue un susurro de amor que se posó en mis labios como un delicado tatuaje. Cada beso que compartimos se convirtió en un fragmento de un poema inacabado, en versos libres que volaban al ritmo de nuestro deseo. Fueron mil caricias robadas al tiempo. Mil besos como estrellas en el cielo de nuestras noches, pero siempre, siempre, había uno más. No bastaron mil besos para saciar el hambre implacable de nuestro amor. Había uno más en nuestros labios, uno más que pedía ser robado, uno más que anhelaba encontrarse en el calor de tu piel. Ese beso número mil uno se volvió un desafío a la razón, un suspiro en la noche, un secreto compartido entre nuestras almas sedientas. Era un compromiso tácito, un pacto de amor eterno. La promesa de que nuestro amor no tenía...