Una caricia
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El siroco daba vueltas con un ritmo cadencioso y monótono. Hacía tanto calor que dormir era imposible. La luz de la enorme luna, que se colaba sin permiso por una rendija de la cortina, dotaba a la habitación de una extraña y tenebrosa vida, de sombras alargadas sobre las paredes. Al cabo de un rato de profundo sueño, Tessa comenzó a dar vueltas sobre sí misma, con el pulso y la respiración acelerados. Un sudor frío recorrió su espalda mientras aquella pesadilla se hacía cada vez más real...
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