Un corazón de turquesa
Hace años paseando por la Costa Dorada una chica que empezaba a conocer el mundo, encontró en la playa una piedra que tenía forma de corazón.
No podía creerlo, se agachó, la cogió entre sus manos y pensó «vaya este es mi corazón, duro, perfectamente torneado y tirado al suelo»
Acababan de romperle el suyo, el primer amor, su primera entrega. No era tonta y sabía de sobra que aquel chico no era el hombre de su vida, ¡por Dios, con veintitrés años!, pero en sus sueños albergaba la esperanza de un romántico y apasionado amor que hubiese durado más que aquel verano.
Anclada en esa playa hasta finales de octubre, solo podía pasear y soñar con lo que podía haber sido y no fue. Pero entonces, encontró ese corazón de piedra y resultó no ser el suyo, sino el de otro chico algo mayor que ella, en realidad él se acercaba a la treintena, alto, moreno, con barba cuidada y con algo especial en su mirada. Era dueño de una pequeña hamburguesería con acceso directo a la playa y resultó ser todo un caballero, un hombre que le devolvió la sonrisa y su alma soñadora.
Nuestra chica, no tenía ganas de volver a enamorarse ni mucho menos pero sí tenía ganas de soñar, de ilusionarse, de sentirse querida, de volar entre cielo azul y agua ondulante, de brillar entre las estrellas y dejarse acariciar por la brisa del mar. Así mantuvo una bonita amistad con aquel hombre, quien quizás sí hubiera querido algo más de ella.
Y así con el paso del tiempo, con el paso de los años, nuestra chica de vez en cuando encontraba un corazón natural que salía a su encuentro; una piedra, una concha, un trozo de tronco, siempre que se sentía sola, que parecía desfallecer, que su ánimo estaba bajo la naturaleza le ofrecía un nuevo corazón.
Entonces, igual que aquella primera vez, ella se agachaba, lo cogía con mimo entre sus manos, lo limpiaba y dándole un dulce beso se lo guardaba en el bolsillo porque sabía que aquello era una señal, de que alguien especial, alguien maravilloso se iba a cruzar en su camino.
Así fue durante mucho tiempo, hasta que llegó el día que estando en la isla de Lanzarote, tras escalar por rocas de piedra y volcán encontró un corazón de agua dulce en el centro de la cavidad de un volcán. Aquel corazón sin duda alguna era el más grande que hasta entonces la naturaleza había puesto a sus pies. Era precioso, de un verde turquesa profundo, hechizante, enigmático, y al estar rodeado por rocas blancas como la nieve su aspecto era todavía más especial, más atractivo.
Permació horas y horas admirando aquel enorme corazón. Alegre por su hallazgo, pero a la vez triste pensó «este corazón no me cabe en el bolsillo», pero si lo había encontrado, si la naturaleza se lo había presentado quería decir algo, y le hizo una fotografía para recordarlo en sus días de invierno.
Después de hacer la foto, miró su móvil, cerró sus ojos y aspirando soñadora se lo llevó a su propio corazón, al abrir los ojos nuevamente se percató que un poco más allá había una concha blanca formada por multitud de grietas onduladas que la mimetizaban entre el resto de rocas blancas, pero allí estaba revelándose ante ella. Una gran sonrisa apareció en la cara de la muchacha, dos corazones en un mismo lugar, dos corazones encontrados juntos, uno de nácar y otro de agua, sin duda aquello tenía que significar algo grande.
La tarde avanzaba y decidió descender a la civilización, pero no sabe si fue por las prisas de que no le pillara la noche allí sola o por ir pensando en los dos corazones que había encontrado que resbaló y con tan mala suerte cayó y se torció un tobillo.
Allí estaba dolorida, tumbada en el suelo, magullada y con miedo a moverse, echa un ovillo y sin abrir los ojos cuando escuchó por encima de ella una voz grave y varonil que le preguntó:
— ¿Estás bien?
Al levantar la vista lo vio y en ese mismo instante supo que aquel era el hombre de su vida. Y después de más de veinte años aún siguen juntos.
Aquella chica, hoy ya toda una mujer, cuando pasea por el campo aún sigue mirando al suelo en busca de algún corazón, pero ahora si lo encuentra sabe que es el suyo, el de su amor.
Una verdadera preciosidad, me ha encantado. Ojala más corazones así, llenos de amor
ResponderEliminarSí, nunca se sabe dónde se esconde un corazón para cada uno
ResponderEliminarBonita historia. Incluso para los que no creemos en el amor a primera vista. Pero un gusto leer algo bien escrito por alguien que lo siente
ResponderEliminarEs tan arrollador ese amor a primera vista y puede ser fugaz, pero cuando surge es una algarabía de sentimientos. La vida nos calma, así que a veces debemos permitirnos ciertas licencias Gracias por tu comentario
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